QUIEN SOY

Es muy difícil hablar de uno mismo. Además, siempre fui muy cuidadosa con mi vida privada. Trataré, sin embargo, de contarles algo de mi experiencia en esta vida, aunque en muchos de mis libros introduje vivencias personales.
Empezaré por mi nacimiento, ocurrido, hace mucho tiempo, en la ciudad de Buenos Aires, el 28 de julio de 1942.
Mis padres son, y digo son porque nadie deja de existir por el solo hecho de haberse mudado de plano de existencia, Isabel Odette Bessa, brasileña y funcionaria del gobierno brasileño en Argentina, con el cargo de vice-cónsul. Roberto Eduardo Schulte, argentino, bancario y mi mejor amigo en la vida.
Tengo tres hijos: Hernán, Federico y María de las Victorias Ducrey. Federico está en el mundo espiritual desde hace ya muchos años pero continúa vivo como antes. Nadie muere, solo nos transformamos como la libélula en mariposa. Hernán y Vicky son mis grandes pilares de la vida. Dos seres de luz que dignifican y honran la vida.
Tengo, gracias a Dios, cuatro maravillosos nietos. Maximiliano, Rodrigo, Santiago y Juan Cruz. Son seres llenos de vida y sueños, son el fermento de la vida. Son la “chochera” de esta abuela.

Durante mis años jóvenes fui docente de Inglés en dos colegios muy prestigiosos de Buenos Aires: Colegio del Salvador y Colegio Santa Rita. Fue una experiencia fantástica y creo que nunca perdí el “alma de maestra ciruela”, como me dicen mis hijos.
Sin embargo, ocurrió un hecho que dividió mi vida en dos: antes y después del “Dolex”. Fue en febrero de 1977. Era domingo. Repentinamente sentí un dolor de cabeza terrible que me impedía pensar. Nunca me ocurre, nunca me duele la cabeza. No tenía nada en casa y le pedí a mi madre, que vivía en otro departamento del mismo edificio, un analgésico. Me dio un “Dolex”. Cuando extendió la mano me ofreció dos pastillas. Las miré y decidí tomar solo una. ¡Gracias a Dios! Al poco rato sentí que me daba todo vueltas. Fui al baño y horrorizada, vi mi cara en el espejo, hecha una bola deforme.

Obvio, había tenido una reacción alérgica, por primera vez. La intuición no falla. Le pedí a mi marido que me llevara a una guardia médica, urgente. Llegamos y sentí que me desmayaba. Estaba totalmente afónica. Le tiré del delantal al camillero para decirle que solo había tomado un “Dolex”. Tuve miedo que pensaran en otra cosa y empezaran por un lavado de estómago. Me sentí aliviada cuando me dijo que me había entendido. Enseguida me apagué. Hice un edema de glotis y a continuación un infarto. Los médicos se desesperaban a mi lado porque sentían que me moría, repetían que era muy joven para irme así, por una simple pastilla.
Esa fue la experiencia que marcó mi vida, definitivamente. Primero fue un dolor insoportable. Tenía un tractor caminado y pisándome el pecho. Una aplanadora destructora. El infarto duele muchísimo. Después vino lo mejor. Me ví suspendida en el aire, observé mi cuerpo desde el techo. Me daba mucha ternura verme. ¡Cuántas lágrimas derramadas y cuantas sonrisas regaladas!
Sobrevolé la sala, salí por la ventana, ví unos árboles y un jardín… Recorrí los alrededores del edificio del hospital.
Me impresionó poder leer las mentes de los médicos. Había una médica joven que indicó que me levantaran las piernas como decía tal doctor Equis. Entonces pude ver en su mente la página del libraco de medicina con el dibujo en la parte inferior izquierda de la página. Increíble. Tengo los recuerdos tan nítidos como en ese momento. ¡Podía leer las mentes! Recuerdo que pensé: “Si esto durara sería un dios!!” Una sensación única e irrepetible.
Repentinamente, me ví envuelta en una vorágine, en un torbellino y entré en un camino oscuro, algo así como “el estrecho cañón del Colorado”, según recuerdo que fue lo que imaginé. Viajé mucho pero nunca estuve allí. Era lo más parecido a un túnel. Alrededor mío había muchas figuras que parecían danzar y acompañarme en ese viaje. No reconocí a nadie. Bueno en esa época no tenía “muertos” familiares o amigos. Sentí la mayor paz que se pueda imaginar. Pensé: “esto es la plenitud”. Es única e inimaginable. No quería salir de allí, era volver al útero materno, era la felicidad total. Nunca volví a experimentar algo similar. Es una experiencia que nos conecta con algún plano superior, sin duda. Entramos en otro estado alterado de conciencia.

Sentía que se me acababa el tiempo, pasó mi vida a toda velocidad ante mis ojos, como en un film colorido. Hice mi balance de vida. Fui muy cruel conmigo misma. Todo había estado bastante bien excepto mi papel de mujer. Buena madre era, buena hija también pero… ¿Qué había hecho para mi evolución espiritual? ¿Qué había logrado como mujer? ¿Qué sueños postergué, qué ideales trunqué? Mi balanza estaba muy mal. Somos los jueces más crueles de nosotros mismos. No hay un juicio final como sostienen las religiones tradicionales, somos nosotros los que nos juzgamos y no nos perdonamos nada. Somos crueles.
Aprendí una gran lección: todo lo que hicimos equivocados pero con buena intención se nos es perdonado. ¿Por qué? Porque somos seres muy ignorantes todavía. Si fuéramos más evolucionados, evidentemente, estaríamos encarnados en otro planeta superior. Lo único que no nos perdonamos, nosotros mismos, es no haber intentado hacer cosas. La falta del intento es no perdonable. Jamás lo olvidé y lo conté a todos los que pude para que no cometan ese error que yo cometí, entonces.
Al final del túnel estaba el Profesor Bruno Genta, rector del Colegio Santa Rita, donde yo ejercía como profesora y a quien admiraba muchísimo. Hacía poco tiempo lo habían matado los guerrilleros de esa época, a la salida de la Iglesia. Él me extendía la mano y yo caminaba hacia allá, sintiéndome muy pero muy feliz. Sorpresivamente aparece ante mis ojos una foto de mis tres hijos, que eran muy pequeños. Colocados en escalera. Fue un cachetazo a la realidad. No podía irme y dejarlos, estarían muy desprotegidos. Es curioso que en esa época yo era una gran fotógrafa aficionada pero esa foto nunca existió. Había docenas pero no esa. Un detalle.
Aunque son mi tesoro más preciado, me costó volver. Sentí que “entraba” en mi cuerpo, allá en la camilla, casi violentamente y, en verdad, sin ganas de volver.

A partir de esa experiencia tomé muchas decisiones que marcaron mi vida: me divorcié, cambié de profesión y decidí vivir la vida de otra manera, más conectada con la espiritualidad, obvio, sin dejar de tener los pies bien firmes en la tierra.
Viajé a Brasilia y concursé para el Itamaraty, Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil y entré en la carrera del servicio exterior brasileño. Yo soy brasileña porque mi madre lo es. En realidad soy binacional, brasileña y argentina. Los dos países que viven en mí y que amo pero Brasil fue el lugar donde empecé el camino espiritual.
Viajé mucho, conocí muchas culturas diferentes y aprendí mucho. Lo más importante es que nunca dejamos de aprender y aprender solo no es suficiente, es necesario compartir lo aprendido.
Cuando me jubilé, hace pocos años, por el gobierno de Brasil, volví a vivir a Argentina porque aquí están mis hijos y nietos, aunque ahora, probablemente, muchos se irán, lamentablemente.
Siempre, desde el episodio del Dólex trabajé como pude y desde donde pude para compartir todo lo que iba aprendiendo, con los lectores y amigos que quisieran interesarse por crecer espiritualmente. Todos los caminos son válidos. Como dice el Dalai Lama: “la mejor religión es un buen corazón”.
Somos seres espirituales haciendo una experiencia física. Somos Espíritus creados simples e ignorantes y vamos avanzando por el largo camino de la evolución como podemos, especialmente haciendo uso de nuestra fuerza de voluntad, el estudio, nuestro amor a Dios y al prójimo.
Esa es la razón por la que tanto me gusta escribir: compartir todo lo que voy descubriendo y aprendiendo.


Etel Schulte